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  • Foto del escritorParroquia María Inmaculada

Siguiendo las huellas del primer Papa

La liturgia de este tercer Domingo de Pascua nos hace escuchar dos veces al Apóstol San Pedro, que nos alcanza con sus enseñanzas por medio de dos medios distintos. En la Primera Lectura, escuchamos el primer discurso de Pedro, plasmado por San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En este discurso, el jefe de los Apóstoles exhorta a la multitud, reunida el día de Pentecostés, a que crean en la Resurrección de Cristo; en sus palabras brilla, finalmente, la conciencia que no hay nada más importante en la vida que la fe en Cristo Resucitado.

En la Segunda Lectura, escuchamos un breve párrafo de la Primera Carta de San Pedro, epístola que el primer Papa escribió a los cristianos que estaban en Asia Menor. En ambos textos aparece la pasión apostólica de Pedro, el fuego que el Espíritu Santo encendió en él el día de Pentecostés. En esta segunda lectura hay una frase muy importante para nosotros, cuando dice: «Vivan siempre con temor filial durante su peregrinar por la tierra» (1 Pe 1,17). Es una invitación a aceptar una vida realmente religiosa, marcada por la relación con Dios, del cual somos hijos, por medio de Cristo, que nos ha hermanado en su Iglesia. “Nuestro peregrinar en la tierra”: son palabras que nos recuerdan que no pertenecemos ya a este mundo, como el peregrino es extranjero en toda tierra por la cual camina; un peregrino no reside, y si reside, ¡ya no es peregrino! Nos recuerda que tenemos que vivir el presente siempre con la atención hacia la eternidad, poniendo nuestra esperanza en los bienes eternos, o sea, en Dios mismo.

En estos días, es muy natural que nos preocupemos por el futuro, que tengamos profunda inquietud por lo que pasará. Escribía un autor inglés[1] que el futuro es el tiempo que el diablo escoge para tentarnos: es un tiempo que no existe, que no es real, y pensar continuamente en lo que no existe nos llena de miedo e incertidumbre, nos hace flotar en nuestros sentimientos. Al contrario, los tiempos favoritos de Dios son el presente y la eternidad; son los tiempos en los cuales él nos encuentra. El presente, durante el cual nos acompaña continuamente, y la eternidad, en la cual nos espera. Vivamos estos días como peregrinos, o sea, abrazando con fe y amor el presente en vista del premio eterno. (Y ¿qué significa abrazar el presente, sino abrazar las personas presentes, las tareas presentes, las enfermedades presentes?).

El Evangelio nos ayuda a entender cómo Cristo sigue presente y contemporáneo, camina con nosotros mientras vamos, a menudo con tristeza, en nuestro peregrinar. Él se acerca, habla con nosotros, nos explica las Escrituras, parte y comparte el pan con nosotros, en la mesa de todos los días y en la mesa eucarística. Por esto, quienes tienen el corazón sencillo, lo pueden reconocer por la correspondencia a las exigencias del corazón: «¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!» (Lc 24,32).

Querida hermana Sol, en este día realizas el gesto más sencillo y más hermoso que existe: decir “sí” a Cristo. Con esta nueva consagración, te donas enteramente a Aquel que te ama hasta la locura. Nos enseña que sólo en esta donación total de nuestra persona a Cristo, encontramos la paz. Que Dios te sostenga, en la Iglesia y en tu comunidad, por todos los días de tu vida.

[1] C. S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, carta XV.

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