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Foto del escritorParroquia María Inmaculada

Mirar al Crucifijado

Via Crucis, Semana Santa 2020 (P. Martino De Carli)

INTRODUCCIÓN

El Via Crucis ha nacido del corazón del pueblo cristiano, que percibía la necesidad de revivir los santos misterios de la redención y de participar en ellos. Los cristianos de la comunidad primitiva de Jerusalén se quedaban orando delante de los lugares donde Jesucristo había vivido su pasión. Nacieron de esta forma las “estaciones” del Via Crucis, que más tarde, en el Occidente cristiano fueron pintadas en las Iglesias para aquellos cristianos que tenían la posibilidad de ir a Jerusalén como peregrinos. A quien pasa de una estación a la otra y, arrepentido por sus pecados, reflexiona sobre los misterios de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, se le concede la indulgencia plenaria.

En el Via Crucis caminamos con Jesús. Aprendemos la profundidad del amor de Jesús por nosotros, que somos pecadores. Aprendemos el camino de la conversión. Asistimos al sufrimiento de Jesús, pero también a su victoria. En estos tiempos difíciles vemos que nuestras dificultades cotidianas y nuestras preocupaciones las podemos vivir unidos al Señor. Aprendemos a no temer el sufrimiento. A ofrecer nuestros sacrificios cotidianos. Aprendemos a no perder nuestra fortaleza frente a las adversidades de la vida. Aprendemos a confiar en Dios.

A lo largo del Via Crucis las palabras de Jesús son escasas. Prevalece su silencio. Contemplemos este silencio e intentemos interiorizarlo, para que nosotros también sepamos afrontar las pruebas de la vida con la misma confianza en Dios Padre que Jesús poseía y que constituía la raíz de su silencio.

PRIMERA ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte

Lectura del Evangelio según san Marcos (15,12-13.15)

Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?» Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Hay algo que instintivamente nos aleja de la cruz de Cristo. Quizás nos aleje la percepción de que Cristo ha sufrido injustamente. Él, que era Dios, se humilló hasta la muerte. Obedeció hasta la muerte… ¡Qué injusticia! Quizás nos aleje también la percepción de que nosotros somos responsables de esta injusticia. Al mismo tiempo hay algo de la cruz que nos atrae. Cristo dijo, profetizó que, en la cruz, iba a atraer a todos a sí. Es verdad… El Via Crucis se transforma de esta manera en un camino de luz, porque en la cruz resplandece una belleza escondida, resplandece la gloria de Cristo y esta gloria es reconocida por nuestro corazón, por el grito de nuestro corazón. Nuestro corazón grita que el mundo, la vida no pueden ser una injusticia. Aquí nace el atractivo del Via Crucis. Jesucristo se hizo pecado, ha aceptado el hecho de ser considerado como un pecador, para vaciar la muerte, nuestra muerte, nuestro olvido, nuestro mal, nuestra injusticia.

SEGUNDA ESTACIÓN: Jesús con la cruz a cuestas


Lectura del Evangelio según San Marcos (15,20)

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

Miremos a Cristo, identifiquémonos con Él, con sus pensamientos, con sus sentimientos, con su dolor, con su entrega. Él ha muerto por mí, por nosotros, a causa de mi pecado, a causa de nuestro pecado y para salvarnos. Él es el camino, para todos los hombres, es el camino que cada uno tiene que seguir…para salvarse. Sobre sus hombros rotos le ponen una Cruz pesada y maciza, que ha de soportar su peso cuando llegue al Calvario. Él la toma con dulzura, mansamente y con el corazón alegre, porque esa Cruz va a ser la salvación de la humanidad. Pidamos nosotros también la gracia de llevar nuestros sacrificios cotidianos con la certeza de que, si los vivimos junto con el sacrificio de Cristo, colaboramos en la salvación de la humanidad.

TERCERA ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez

Lectura del profeta Isaías (53,5)

Pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron.

Alrededor del condenado hay muchos que se ríen de él, que se mofan de él, que lo insultan. Pero hay también unos que lo ayudan, que lloran por él, que lo reconocen. No nos asombre el hecho de que exista también hoy odio y persecución hacia la iglesia y hacia los cristianos. El libro del Apocalipsis ya lo había previsto. Y hoy la persecución es patente, terrible y explicita en muchos lugares del mundo; astuta, invisible, pero no menos terrible, en el mundo occidental. Pensemos solamente en las legislaciones que eliminan o limitan el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte. Pensemos también en las nuevas normas que someten a los niños a una educación sexual totalmente equivocada. ¿No es también esta una nueva y terrible forma de persecución? El poder no quiere aceptar que el ser humano sea obra de Dios, imagen de Otro y que en esto resida su verdadera dignidad y libertad. Pero, alrededor de Jesús, vemos que existe también un pueblo nuevo que se está formando, que tiene la conciencia de su pecado y sin embrago, acepta que su vida pueda ser cambiada por algo que viene de afuera, por una Presencia más grande. Nosotros somos este pueblo nuevo, que se acerca a Jesús, para participar de su sufrimiento y de su misma misión en el mundo. No temamos las inevitables persecuciones. Pidamos la gracia de ser siempre testigos audaces de la salvación que Cristo trae al mundo.

CUARTA ESTACIÓN: Jesús encuentra a su Madre

Lectura del Evangelio según san Lucas (2,34-35.51b)

Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción, y a ti misma una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Las palabras de Simeón (“Y a ti, una espada te atravesará el alma”) introducen a María en la misión de su Hijo, la misión del sufrimiento. La Virgen María bajo la cruz experimentará un tremendo dolor. Dios podrá a prueba su fe. Cuando Abraham, en el Antiguo Testamento, está dispuesto a sacrificar a su hijo, un ángel interviene para evitar que el sacrificio se realice materialmente. A María esta intervención no se le concederá. Ella tendrá que devolver a Dios el Hijo que se le había donado. Y la oscuridad la rodeará totalmente[1]. Pero de esta forma María está llamada a sufrir con Jesús, a participar en su misma tarea. Se trata de un verdadero co-sufrimiento corporal y espiritual[2]. Por lo tanto, en María se hace evidente que es posible realmente participar en el sufrimiento divino y redentor del Hijo. Y María introduce a todos los creyentes, nos introduce a todos nosotros, en esta misión especial de la cruz. Esta verdad parece un ultrasonido para la mentalidad en la cual vivimos. El sufrimiento padecido, por el mal, por la enfermedad, por el dolor espiritual, normalmente es olvidado, evitado, eludido, censurado. En el fondo, no tiene significado, porque no es ofrecido. María nos enseña, en cambio, que es posible participar en la cruz de su Hijo, con una experiencia mística de la cruz que está íntimamente unida al misterio pascual de la resurrección. De esta forma, el creyente vive sus sufrimientos enriquecidos con un nuevo contenido y un nuevo significado[3]. La luz de la resurrección los transfigura. Ya no estamos solos con nuestro dolor. Participamos, con María, en la obra inmensa de la redención.

QUINTA ESTACIÓN: El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Lectura del Evangelio según San Lucas (23, 26)

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.

Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo. Jesús quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24).

SEXTA ESTACIÓN: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Lectura del libro de los Salmos 27,8-9

Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.

Junto con Jesús, camina la gente, los soldados, Judas, Pedro, los demás apóstoles, Pilato, Herodes, el hombre que blasfema, el hombre que traiciona, el hombre que tiene miedo, el hombre que no entiende, el hombre se mofa del Hijo de Dios… pero camina también María, caminan las demás mujeres, Juan, el Cireneo, la Verónica, el centurión, que reconoce a Cristo como al Hijo de Dios y el ladrón que se convierte. Aquí caminamos todos y camina todo lo que constituye nuestro ser, el hombre bestial y el corazón lleno de bondad, el bien y el mal, el dolor y la paz, la tragedia y la esperanza. Jesucristo se vuelve el centro de nuestra afectividad. Papa Benedicto XVI ha escrito en el documento sobre la eucaristía Sacramentum Caritatis: “En Jesús contemplamos la belleza. Este atributo no es mero esteticismo, sino el modo en que nos llega, nos fascina y nos cautiva la verdad del amor de Dios en Cristo, “el más bello de los hombres” (Sal 44). Sin embrago esta Belleza es la belleza de quien no tiene “aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres (Is 53). Jesucristo nos enseña cómo la verdad del amor sabe transfigurar el misterio oscuro de la muerte en la luz radiante de la resurrección. Aquí el resplandor de la gloria de Dios (Jn 1, 14; 8, 54; 12, 28; 17, 1) supera toda belleza mundana. La verdadera Belleza es el amor de Dios que se ha revelado definitivamente en el Misterio pascual”.

SÉPTIMA ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez

Lectura del libro de los Salmos 22, 8.12

Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza. Pero tú, Señor, no te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre.

La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de Adán –en nuestra condición de seres caídos– y en el misterio de la participación de Jesús en nuestra caída. El Señor lleva este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él cae para levantarnos.

OCTAVA ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por él

Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 27-28

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».

Esta escena revela un prodigio de la libertad del corazón de Jesús… Su cabeza torturada por la corona de espinas, su cuerpo torturado por las heridas profundas y atormentado por un sudor agrio… el peso de la cruz y alrededor suyo solamente odio y delante de él una perspectiva espantosa. Si estuviéramos nosotros en esta situación y alguien se nos acercara llorando, nos volveríamos brutales e impacientes. En cambio, Jesús permanece libre y calmo. Si bien todo le duele, habla con tranquilidad a las mujeres y sigue su misión enseñando y amonestando.

NOVENA ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez bajo el peso de la cruz

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a los Corintios 5, 14-15

Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

Jesús cae para levantarnos de nuestros pecados. Abusos, homicidios, violencias intrafamiliares, robos y una tremenda ausencia de fe, de gratitud, de caridad. Un olvido tremendo de Dios. Las tinieblas parecen dominar el mundo. Sin embargo, Jesús cae con nosotros para que nos levantemos. Él quiere donarnos la verdadera luz. Hay una sola condición: que nos arrepintamos de nuestro mal.

DÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras

Lectura del libro de los Salmos 22, 19

Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.

Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en publico significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en el mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios. Jesús, frente a este acto insolente hacia su persona, permanece firme en cumplir la voluntad de Dios y resiste.

UNDÉCIMA ESTACIÓN: Jesús es clavado en la cruz


Lectura del Evangelio según San Juan 19, 16a.19

Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».

Jesús es clavado en la cruz. La Sabana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió́ el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Él es el Rey. Efectivamente, él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió́. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. En esta escandalosa derrota reside el comienzo de su Victoria y de nuestra salvación.

DUODÉCIMA ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz


Lectura del Evangelio según San Lucas 23,46

Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró.

En este momento todo se cumple. Señor, con tu muerte, tú me has redimido. Por esto te agradezco desde el profundo de mi corazón.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 57-58.

«Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran»

Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN: Jesús es colocado en el sepulcro

Lectura del Evangelio según San Juan 19,39-40.

Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos.

Nosotros no estamos aquí para llorar la muerte de un amigo. Estamos aquí para reconocer que Él está vivo. Esta es la fe: la capacidad que se nos dona de ver lo que otros no saben ver. Nosotros estamos aquí para afirmar, para gritar al mundo que la muerte acaba de ser la última palabra. La piedra no podía permanecer allí delante del sepulcro. La energía del Espíritu Santo ha creado un pueblo nuevo, nacido de la Resurrección. Este es el anuncio nuevo. Todo sufrimiento es fuente de bendición y la misma muerte es semilla de una vida nueva para todos aquellos que viven unidos a Cristo.

CONCLUSIÓN

Oremos. Te rogamos nos concedas, Señor Dios nuestro, gozar de perpetua salud de alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, vernos libres de las tristezas de la vida presente y disfrutar de las alegrías eternas. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

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[1] Hans Urs Von Balthasar, María, icona della Chiesa, San Paolo, Milano 2015, 25. [2] Adrienne Von Speyr, Ancilla Domini, Fundación San Juan, Rafaela, 2005, 89. [3] Salvifici Doloris, Carta Apostólica de Juan Pablo II, 20 – 21.

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