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  • Foto del escritorParroquia María Inmaculada

La venganza de Dios

Actualizado: 13 abr 2020



¡Esta es la noche! Es una frase que se repite varias veces, en el Pregón Pascual. “Esta es la noche” esperada desde tiempo, noche de gracia y de liberación. En esta noche, Jesús consume su venganza sobre Satanás, sobre la muerte y el mal. Dios tenía que vengar al justo, y lo hizo en esta noche.

Desde los tiempos remotos del Antiguo Testamento, el hombre justo estaba esperando un signo de parte de Dios; se preguntaban los Israelitas: ¿Cómo es posible que el malvado disfrute su vida, mientras que el justo sufre mil padecimientos? Un problema que la historia de Job expresa de forma extraordinaria. Pero también, los Salmos y los Profetas presentan el grito atormentado del justo que sufre y espera suplicante que Dios haga justicia. Hoy en día, cuántos gritos de personas que quieren ver el bien y la justicia, y sólo conocen la violencia y el abuso. ¿Dónde está Dios? Es el grito que atraviesa la historia, y también nuestras vidas.

Ya el profeta Jeremías hablaba explícitamente de la venganza de Dios. «Yo como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban… Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente…; veré tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendando mi espíritu» (Jr 11, 19-20). Esta era la fe de Jeremías: sabía que tenía que soportar el mal, y que los infinitos crímenes y pecados contra Dios y contra los hombres no serían olvidados. El Justo Juez tenía que venir a poner orden, a hacer justicia, a vengar el mal para que triunfara el bien; y, efectivamente, vino.

Esta es la noche, en la cual resplandece la venganza y el juicio supremo de Dios. ¿Cómo hace justicia Cristo? El Señor no derrama ni una gota de sangre, fuera de la suya. No pide la cabeza de sus sicarios, y perdona a los culpables de su crucifixión (cfr. Lc 23,34). No quiere que se corte ni una oreja por causa suya (cfr. Lc 22,50-51), sin embargo, derrama toda su preciosísima sangre en la cruz y, con ésta, lava la inmundicia de nuestros crímenes. Era justo el deseo del Apóstol Pedro de resistir, combatir por Jesús; sin embargo, era un ímpetu solamente humano. Jesús, en cambio, nos iba a enseñar una nueva fuerza, la de Dios. Aun renunciando a usar la violencia del poder humano, logra hacer justicia y vengar todo el mal del mundo: su venganza no responde a nuestra lógica, para que sea evidente a todos que sólo Dios salva, venga y justifica. Sólo Dios, sólo su gracia, y sólo quien obedece a su voluntad, puede derrotar el mal.

Ahora bien, esta victoria no es para nada abstracta. Jesús vence realmente a Satanás, el príncipe del mal. Lo vence porque destruye sus armas más tremendas, que son la muerte y el pecado. Dios no quiere destruir a Satanás, que es y será siempre una creatura suya; pero quiere limitar su poder malvado, para nuestro beneficio. Destruye la muerte humana, con su humana Resurrección; lava el pecado, pagando el precio de la Sangre de Cristo.

Con su Pasión, Jesús gana estos dos tesoros grandísimos y nos lo regala esta noche: el tesoro del perdón de los pecados y la resurrección de los muertos; con estos dones, junto con Cristo, vencemos los instrumentos de Satanás, el pecado y la muerte.

Jesús pudo vencer las fuerzas abismales de Satanás porque confió en el Padre. Hizo su salto en el vacío de la muerte, dejándose totalmente en manos de la Providencia; y fue salvado, ganó por Él y por todos nosotros el premio de la Resurrección. A veces pensamos que hay personas o situaciones que no pueden cambiar y nos desesperamos; perdemos la esperanza cristiana. Jesús no desesperó en su Pasión, confió en el Padre. Por esto logró cambiar lo que menos se pensaba que pudiera cambiar: la misma muerte. Con la fuerza de Dios, todo es posible: aprendamos, pues, a estar agradecidos con Él, por los dones que nos ha merecido, y a confiar plenamente en su fuerza transformadora.

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