En los últimos tiempos, estando Francisco muy enfermo y agobiado por tantas penas, se retiraba al monte de la Avernia para vivir largos momentos de oración. Con él estaban los frailes más queridos: León, Rufino, Giovanni da Lodi y Angelo Tancredi. Una noche, fray León estaba sufriendo por una tentación y, no obstante todo el afecto y la confianza que tenía para con Francisco, no encontraba el valor para confiárselo. Fue el mismo santo quien, con toda probabilidad, se dio cuenta de la situación en que se encontraba su amigo, así que le mandó: «Tráeme papel y tinta, quiero escribir una alabanza al Señor que he meditado en mi corazón». Y escribió:
Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo, tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero. Tú eres amor, caridad; tú eres sabiduría, tú eres humildad, tú eres paciencia, tú eres belleza, tú eres mansedumbre, tú eres seguridad, tú eres quietud, tú eres gozo, tú eres nuestra esperanza y alegría, tú eres justicia, tú eres templanza, tú eres toda nuestra riqueza a satisfacción. Tú eres belleza, tú eres mansedumbre; tú eres protector, tú eres custodio y defensor nuestro; tú eres fortaleza, tú eres refrigerio. Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra, tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra: Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador.
Devolvió el papel a fray León y le dijo: «Toma este papel y guardalo cuidadosamente hasta el día de tu muerte». La oración es asombrosa, si se piensa al estado de sufrimiento corporal e interior que estaba viviendo San Francisco en esos meses: fue el tiempo de los estigmas... Nado podía ya detenerlo en su ímpetu amoroso.
Pero también llama la atención el hecho de que esta alabanza fue escrita para un amigo que sufría por una tentación. De alguna forma, le estaba diciendo: «No te fijes en tu tentación, mira solamente a Dios, nuestro misericordioso Salvador. Él te protegerá».
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