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  • Foto del escritorParroquia María Inmaculada

¿Dónde está, muerte, tu victoria?

Domingo de la alegría. ¿Qué razones hay para alegrarnos? Si leemos los periódicos y las noticias amarillistas, ninguna. Noticieros que a veces se vuelven la única fuente de información en nuestras jornadas. Enfermedad y muerte, injusticias y corrupción, pobreza y soledad. Parece que el mal domine incontrastable el tiempo presente.

Ante esta situación, la reacción más común es que no queramos ver la realidad, por su dureza. Nos adaptamos a vivir en burbujas que nos defienden del drama del mal y nos permiten seguir viviendo tranquilos. Es el “efecto anestesia” lo que buscamos; en una película de hace algunos años, “El dador de recuerdos”, se imagina que en un futuro próximo la gente llegaría a inyectarse morfina antes de salir de casa, para anestesiarse ante la realidad. No es algo tan lejano, si pensamos que los políticos quieren legalizar el consumo lúdico de la marihuana: droguémonos todos, así ya no veremos que la vida es dura.

Ante el dolor y la muerte este mundo no tiene respuestas y recorre a la censura del problema. El mundo de la ciencia y del progreso, supuestamente tan sabio y poderoso, cae en el punto más importante y ante la muerte se queda mudo y espantado.





Pocas pinceladas de la Palabra de Dios que hemos escuchado hoy son suficientes para darnos cuenta de que Cristo nos ha traído una posibilidad mucho más correspondiente y real.

«La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya hemos sido salvados. Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con él nos ha reservado un sitio en el cielo» (San Pablo a los Efesios).

«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara en él» (Jn 3,16-17).

Quienes viven en Cristo, empiezan a experimentar ya en esta vida la victoria sobre la muerte y el mal. En la vida de la Iglesia, su mal es vencido, y la muerte pierde su veneno, porque el amanecer de la vida eterna ya es parte de esta vida terrenal. Ya es realidad: pienso en las personas que han vuelto a levantarse después de largos años de vivir alejados de Cristo, y que por medio de una enfermedad o simplemente de una confesión, han vuelto a la Casa de Dios. Pienso en nuestro querido hermano el padre Antonio Anastasio, que nos ha dejado este martes para nacer al Cielo: en sus funerales, aun dentro del dolor por su muerte, ha brillado con claridad la luz de un nuevo día, que el padre Antonio ha testimoniado con todas sus energías durante su peregrinar en esta tierra.

El auténtico espíritu cristiano no consiste en una pasiva aceptación de la muerte, sino más bien en el entrar en batalla y vencer sobre ella. Esto es lo que nos propone la Cuaresma: que como Cristo ha luchado contra el mal y la muerte, nosotros nos unamos a Él, para que Él nos de su Vida.

Nuestra tarea es la de decir a todos que la vida es eterna, y que conocemos a Aquel que ha vencido la muerte con el amor.

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