Decir "Tú" a Dios Padre

Nadie puede llamar a Jesús “Señor”, si no es bajo la acción de Espíritu Santo. Estas palabras de San Pablo, tomadas de la Primera Carta a los Corintios, nos recuerdan que, en estos días difíciles de la pandemia, existe el riesgo de que vivamos como si Dios no se hubiera revelado y encarnado. Es decir, como si Dios no fuera una presencia real, un Tú al cual dirigirnos, sino, al contrario, un desconocido. Podemos vivir de forma superficial el tiempo que se nos da. Olvidando a Dios, sin introducir la memoria de Su Presencia en todo lo que hacemos. En cambio, gracias a la encarnación de Dios en Jesucristo, el mismo Dios, ha dejado de ser un desconocido y se ha vuelto una presencia cercana, que pide ser buscada y reconocida. La solemnidad de Pentecostés, que hoy celebramos, nos lo recuerda. El Espíritu Santo, que el Padre y el Hijo nos donan, es el regalo que nos permite decir “Tú” a Dios Padre y entrar en una relación profunda con Él. El evangelio de San Juan, que hemos escuchado, describe el momento en el cual Jesús dona el Espíritu a sus discípulos. Y el fragmento de los Hechos de los Apóstoles relata el acontecimiento de Pentecostés. El Espíritu es aquel que permite que vivamos una unidad profunda con Dios, pero es también aquel que permite que surja una unidad entre nosotros. Las lecturas de hoy en un cierto sentido están atravesadas por el tema de la unidad. Donde hay pecado, es decir, separación entre el ser humano y Dios, el Espíritu crea unidad entre los dos; donde hay división entre los hombres, el Espíritu renueva el milagro de una unidad originaria entre las personas. La unidad con Dios y entre los seres humanos es el bien más grande que el mundo hoy necesita. Pidamos a la Virgen María, la cual también recibió el mismo Espíritu, junto con los discípulos, en el día de Pentecostés, que nos haga dóciles a la iniciativa de Dios en nuestra existencia.